Julio Glockner
Quisiera referirme a un aspecto poco conocido en la vida de Venustiano Carranza, me refiero a su amistad con quien sería uno de los grandes pintores mexicanos, Gerardo Murillo, mejor conocido como Doctor Atl.
En 1950 se publicó la autobiografía del Doctor Atl con el título de Gentes profanas en el convento, reeditado por el Senado de la República hace algunos años. En este libro el pintor recuerda el momento trágico en que tuvo que separarse del presidente Carranza en la estación ferroviaria de Aljibes, último lugar en el que se libró un feroz combate en el trayecto en tren, que debía conducir al presidente Carranza a Veracruz, donde esperaba encontrar fuerzas leales que le permitieran reorganizar su mandato. El levantamiento armado contra su gobierno estaba encabezado por el general Álvaro Obregón, con quien el Doctor Atl mantuvo también una estrecha relación.
El fragmento que voy a leer enseguida se refiere, ni más ni menos, que a la encomienda que el pintor tenía, a sugerencia suya, de intentar una negociación entre ambos revolucionarios para poner fin al conflicto. Era demasiado tarde, y quizá imposible de cualquier manera, conciliar lo ya irreconciliable entre estas dos figuras históricas.
El texto dice lo siguiente:
En Aljibes, el gobierno de Venustiano Carranza había hecho el punto de una defensa desesperada, después de una serie de escaramuzas que tuvieron lugar desde la salida de la ciudad de México a lo largo de la vía del ferrocarril mexicano, con la mira de abrirse paso hasta el puerto de Veracruz y establecer ahí la capital provisional de la República.
La lucha se desarrolló con furia alrededor de los largos trenes que conducían empleados y familias, archivos y el tesoro de la nación, el tesoro en numerario, bien entendido. Las líneas de defensa fueron destrozadas rápidamente, los campos se cubrieron de muertos y heridos y algunos generales gobiernistas encontraron la muerte frente al enemigo.
La moral de la tropa estaba deshecha. Se conocía la superioridad de los atacantes y se carecía de planes para la defensa. Los archivos fueron quemados, se abandonaros las impedimentas y las cajas que contenían treinta o cuarenta millones de pesos en oro. El presidente Carranza se vio obligado, a pesar de sus esfuerzos, a dejar el campo a los que lo habían traicionado y a remontarse en compañía de algunos de sus partidarios por las abruptas sierras, donde fue asesinado.*
Antes de que el gobierno se disgregase, yo propuse al presidente entablar negociaciones con el general Obregón, jefe de la revuelta, y aceptó. El licenciado Berlanga, ministro de gobernación, redactó el documento que me autorizaba, escribiéndolo con dificultad sobre las ásperas paredes de un furgón de carga, y precisamente en el momento de un ataque de las fuerzas del general González que se habían dado cuenta de la retirada del presidente y pretendían capturarlo. Los muertos y los heridos caían a uno y otro lado del furgón, y en medio de una nutrida balacera, Carranza montó a caballo seguido de un grupo de fieles amigos, militares y civiles, firme en su propósito de continuar la lucha.
*Se refiere, desde luego, a la sierra norte de puebla, donde sería asesinado la madrugada del 21 de mayo de 1920, mientras dormía, en el caserío de tlaxcalantongo.
En un libro anterior, publicado en 1935 y dedicado a varios aspectos de la vida de Obregón, el Doctor Atl vuelve a sus recuerdos sobre estos dos personajes históricos. El contexto ahora es la creación, a finales de 1914, de un organismo integrado por 10 civiles y 10 militares que intentarían unificar criterios para dirigir sus esfuerzos hacia la pacificación del país. Ese organismo llevaría el nombre de Confederación Revolucionaria.
En los primeros días de diciembre de 1914 Gerardo Murillo tuvo una larga conversación con Carranza sobre los propósitos de la Confederación Revolucionaria. El primer jefe aprobó sus planes, pero dijo que a él, como Jefe de la Revolución, le correspondía lanzar al país el primer anuncio de la renovación social. Y así lo hizo en el discurso que pronunció en un banquete que le ofrecieron jóvenes revolucionarios en Faros el 9 de enero de 1915. “Fue uno de los más audaces discursos que jamás pronunciara Carranza sobre cuestiones sociales -recuerda el Doctor Atl- pues desencadenó un regocijo extraordinario entre los radicales y una alarma excesiva en los grupos conservadores. Todo el espíritu de ese discurso está condensado en sus primeras palabras: “Hoy empieza la revolución social”.
La noche del día siguiente el pintor repitió en un acto masivo las palabras del Primer Jefe, con una vehemencia que alarmó a los conservadores civiles y militares en Veracruz. De inmediato se dirigieron a Carranza diciendo que esas palabras seguramente estaban acordadas con el general Obregón, quien se encontraba en esos momentos en Puebla dirigiendo la campaña. El Doctor Atl recibió entonces una invitación para trasladarse a Puebla, que acababan de ganar las fuerzas constitucionalistas, y evoca de esta manera las palabras que escuchó del general Obregón:
Si Carranza ha aceptado nuestros principios, y él mismo ha sido quien los ha proclamado en su discurso del día 9 de enero, no veo por qué sus colaboradores en Veracruz no se disciplinan dentro del espíritu revolucionario. Además, usted comprende que nuestra revolución no pude hacer una nueva patria ganando solamente batallas. Debemos establecer y llevar a la práctica, aquellos principios que sean capaces de darnos la confianza del pueblo y de garantizar los intereses de la colectividad. ¿Cómo quiere usted que el pueblo tenga fe en nosotros si sólo le dejamos los campos regados con sangre? ¿Con qué programa nos vamos a presentar a la nación después de las batallas, si las ganamos?...
Si el grupo conservador que está intrigando al amparo de la revolución, se opone a nuestras ideas –dijo Obregón al Doctor Atl- es porque estos neo-conservadores son incapaces de comprender las causas que nos han lanzado a la lucha.
- En efecto, respondió el pintor, los triunfos militares no podrán conducirnos a la solución de los problemas fundamentales, necesitamos un programa. Ya lo hemos establecido y Carranza lo ha aprobado. Los políticos del pasado, incrustados en la revolución se oponen…
- Pero no hay que dejar que prosperen –interrumpió vivamente Obregón. Afortunadamente sus intrigas no harán mella en el ánimo del señor Carranza ni en el mío.
El profundo afecto que sintió el Doctor Atl por Venustiano Carranza hizo que pintara dos magníficos retratos que hoy se conservan en el Museo que fue su casa en la ciudad de México, y que esculpiera un cactus en piedra volcánica, evocando el lugar semidesértico en el que nació, Cuatro Ciénegas, Coahuila, que hoy permanece al lado de su monumental escultura en bronce en el lugar donde fuera cobardemente asesinado, el pueblo de Tlaxcalantongo, municipio de Xicotepec de Juárez, en el estado de Puebla.
Foto 1: CARRANZA Y DR. ATL
Foto 2: CARRANZA Y PALAVICCINI
Foto 6: Julia Carranza Venustiano su esposa y Atl